lunes, 20 de enero de 2020

George Crumb y Federico García Lorca. La noche de las cuatro lunas

El 16 de julio de 1969, a las 13:32, el cohete Saturno V despegaba desde la plataforma LC39A, situada en el Cabo Cañaveral de Florida. A bordo, tres hombres —Michael Collins, Neil Amstrong y Edwin "Buzz" Aldrin— pretendían, tras aproximadamente 4 días de viaje, aterrizar en la Luna. Era la misión Apolo 11.

A las 2:56 del día 21 de julio, el comandante Neil Amstrong daba los primeros pasos por el sur del Mare Tranquillitatis y pronunciaba aquella histórica frase. Tres días después, el 24, los tres astronautas realizaban un perfecto amerizaje en las aguas del Pacífico, sanos y salvos.
Galileo Galilei: dibujos de la Luna, 1610

Mientras la nación celebraba aquel monumental hito tecnológico, George Crumb, trabajaba incesantemente en una obra musical que pusiese de manifiesto sus sentimientos "ambivalentes" hacia aquella misión. Mientras que la tripulación del Apolo 11 hacía su viaje de ida y vuelta, Crumb se sentaba a la mesa de trabajo. Nacía, así, una obra fascinante: Night of the four moons.


George Crumb

Por un lado, Crumb, como todo el mundo, estaba fascinado por aquellas imágenes que se retransmitían en directo a todo el mundo. Por otro, tal vez pensaba que aterrizar en la Luna significaba romper, por siempre, la pureza de aquel astro. La llegada a la Luna era un paso más en la absurda competición —la célebre carrera espacial– que se había ido gestando a lo largo de la Guerra Fría. A ojos de Crumb, se había planteado la llegada a la Luna como un acto colonizador. La misión Apolo 11 había invertido millones para caminar sobre un astro al cual, desde tiempos inmemoriales, los humanos habíamos mirado con fascinación. No hay poeta que no nos hable de la Luna.

Para componer lo que él consideraba «una respuesta artística a un hecho externo», George Crumb se valió de algunos fragmentos de las poesías de uno de sus poetas de cabecera: Federico García Lorca.


Federico García Lorca


Uno de los símbolos más comunes de la poesía de Lorca es, precisamente, la Luna. Para el poeta, este astro tiene un significado múltiple, ambiguo: simboliza la muerte, pero también el erotismo, la fertilidad o, cómo no, la belleza y la pureza. Crumb envuelve una minuciosa selección de textos de Lorca con un lenguaje musical muy personal e intimista, donde se combinan las técnicas de vanguardia con un sincero lirismo.

El cuarto movimiento de la obra se titula "Huye luna, luna, luna!..." y utiliza parte del texto del "Romance de la Luna, Luna" de Lorca, poema del cual Crumb dijo que era «sorprendentemente profético». Todos los sentimientos contrapuestos que la misión Apolo 11 despertaba en Crumb, parecen estar escenificados en este movimiento.

Lo primero que escuchamos es un diálogo entre un niño y la Luna. La voz del niño parece temerosa, preocupada. Se dirige directamente a la propia Luna, que parece estar en peligro. Le dice:



Huye luna, luna, luna
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Crumb representa este estado de ansiedad y apresuramiento del niño rodeando su voz con una serie de timbres metálicos, agudos, estridentes y temblorosos. Escuchamos un flautín, un cello eléctrico, unos golpes de crótalos y un banjo.




La Luna responde, tranquila:

Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Crumb la viste musicalmente como a una dama serena. En la partitura se indica Quasi danza spagnola. Escuchamos panderetas y castañuelas. Podemos percibir el perfume del folklore, tan importante en la obra de Lorca, danzando por la partitura.


El niño insiste, atemorizado:

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos

Pero ella se muestra serena:

Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

Tras esta sección donde se pone en escena el diálogo, la acción avanza. Crumb indica drammaticamente; quasi improvisando. La voz, tomando inesperadamente el rol de narradora, nos avisa de la llegada inminente de aquellos sobre los que el niño había advertido a la Luna.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,
¡ay como canta en el árbol!



Se produce, ahora, un momento genial. Uno a uno —el director, la flauta, la voz, el banjo, la percusión—, los músicos abandonan con paso lento el escenario. Sólo dejan al cello que, desde hace un momento ha quedado como petrificado en una larga, tenue y agudísima nota. Empieza de esta forma el poético epílogo que cierra la obra.

Crumb se reserva solamente dos versos para este momento. La imagen es muy evocadora y, también, muy triste:

Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Crumb representa este momento contraponiendo dos antiguos conceptos, de los que el filósofo y mártir romano Severino Boecio ya hablaba en el siglo V. Son la Musica mundana y la Musica humana. Crumb los distingue claramente en la partitura:



Fragmento del cuarto movimento: Musica mundana - Musica humana

La Musica mundana es, literalmente, la música de los mundos, de los astros, la célebre música de las esferas. Crumb representa esta idea a través de una línea de cello, aguda, gélida, inexpresiva, larguísima e indiferente. Es una música sin ritmo ni compás, con una concepción temporal dilatada, más allá de la temporalidad de los hombres. El cello, único instrumento que ha quedado en escena, parece ajeno a todo lo que acaba de pasar.

Por otro lado escuchamos la Musica humana, la música de los hombres. Crumb hace tocar y cantar a los músicos, que han salido de escena hace un rato, desde fuera del escenario, entre bambalinas. Escribe una curiosa indicación en la partitura: lije emerging radio signal (como una señal de radio emergente). Escuchamos unos bonitos y cándidos fragmentos de Berceuse (canción de cuna), que nos sorprenden saliendo, en momentos inesperados, de detrás del escenario. Parecen llegados desde muy lejos, como vestigios de una civilización perdida entre los inmensos espacios del universo.



Crumb utiliza esta bonita contraposición para escenificar la desigual confrontación entre el tiempo de los hombres y el del universo. Mientras que las señales humanas son cada vez más suaves, distantes, entrecortadas, y parecen extinguirse sin dejar rastro; la música de las esferas, fríamente neutra, permanece impasible, totalmente ajena a grandilocuencias y a carreras espaciales. Crumb parece representar aquellas imágenes de la Tierra, diminuta e insignificante, en el monstruoso vacío espacial. Contra la nada, helada e implacable, representada por la Musica mundana del cello, Crumb retrata la humanidad como una belleza menuda, cálida y ridícula. Y es que, como ha escrito Rafael Argullol:
En relación al gran silencio del mundo la historia humana es tan solo un ligero ruido de fondo.
Disfrutad:



P.S.1: Una vez terminada su misión, la sonda Voyager 1, des de los confines del sistema solar, giró su cámara —a petición de Carl Sagan— para tomar una fotografía de la Tierra, a más de 6400 millones de kilómetros.

Earth as a pale blue dot. El diminuto punto azul que vemoas a la derecha es nuestra casa, la Tierra.

P.S.2: Un bonito video donde escuchamos algunos fragmentos de Night of the four moons junto a algunas imágenes de la misión Apolo 11.



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