Como el Dios Janus, el bifronte, el Arte tiene dos caras que miran en sentido opuesto. Mira, por un lado, hacia la parte luminosa y sanadora pero, por otro, actúa como un vehículo que nos puede sumergir en los espacios más oscuros y terroríficos de las profundidades del ser humano.
El Dios Janus, en una moneda romana |
La tendencia de los artistas a adentrarse y a explorar estos negros abismos interiores comienza a acentuarse especialmente a partir del siglo XIX y, de forma muy significativa, a lo largo del sanguinario y turbio siglo XX. Personajes de la talla de Sigmund Freud nos hicieron ver que dentro de cada individuo existe todo un submundo íntimo, lleno de impulsos primarios y frustraciones que encubrimos, pero que determina nuestros actos de una forma fundamental, aterradora. El arte transita en muchas ocasiones por estos terrenos pantanosos.
Sigmund Freud |
Una obra que explora la parte oculta y velada de las profundidades del ser humano, que hace de las sombras del alma la materia prima del hecho artístico es la ópera El castillo de Barbazul, de Béla Bartók.
Béla Bartók representa un caso único en la historia de la creación musical. Su música, inclasificable dentro de corrientes o escuelas, combina de manera magistral la raíz folklórica (con un tratamiento casi diríamos etnográfico) y las técnicas de vanguardia. Bartók, a su manera, también es un Janus musical: con la mirada fijada en el futuro y, a la vez, en el pasado. En El castillo de Barbazul esta dualidad se observa de manera clara.
Béla Bartók |
En palabras de Simon Rattle
El castillo de Barbazul habita en un extraño lugar donde la música popular, la fábula y las pesadillas se encuentran con la introspección psicológica moderna.
La
ópera tiene una fuerte carga simbólica. Los dos únicos personajes que
intervienen, Judith y Barbazul, son una pareja recién casada. Ella,
joven e ingenua, acompaña a su marido, el truculento Barbazul, al
castillo de este. Allí, Judith le pide a su amado las llaves de
siete puertas misteriosas que esconden toda suerte de secretos.
Barbazul, que en un principio se niega rotundamente, terminará cediendo
frente la insistencia de Judith. Una a una, estas puertas se irán
abriendo, mostrando todo tipo de imágenes que le desvelaran a Judith las
sombras que el alma de Barbazul (y por extension, de la humanidad)
esconde.
Tras la primera puerta, una cámara de tortura, representando los tormentos del propio Barbazul. Tras la segunda, un arsenal de armas, símbolo de violencia. Tras la tercera, un gran tesoro empapado de sangre (nada se consigue en este mundo sin hacer daño). La cuarta esconde un frondoso y extraño jardín, regado con sangre. La quinta, un poderoso rayo de luz que se eclipsa con una nube negra y tenebrosa... La música juega un papel fundamental en todo momento.
Tras la primera puerta, una cámara de tortura, representando los tormentos del propio Barbazul. Tras la segunda, un arsenal de armas, símbolo de violencia. Tras la tercera, un gran tesoro empapado de sangre (nada se consigue en este mundo sin hacer daño). La cuarta esconde un frondoso y extraño jardín, regado con sangre. La quinta, un poderoso rayo de luz que se eclipsa con una nube negra y tenebrosa... La música juega un papel fundamental en todo momento.
El
que, para mí, es uno de los fragmentos musicales más impresionantes de
la música del siglo XX se encuentra en el pasaje en el que Judith abre
la sexta y penúltima puerta. Allí, se encuentra frente a un lago de
aguas serenas y plateadas. «¿Qué es ese agua misteriosa?», pregunta, cándida, Judith. Barbazul, con una profunda y escalofriante voz de bajo se lo explica: «Lágrimas, Judith, lágrimas, lágrimas».
La música que acompaña este momento es, también, escalofriante. Bartók hace llorar a la orquesta. Dibuja una especie de "gemidos orquestales" con una sutil y curiosa combinación tímbrica. Escuchamos unos escalofriantes glissandi en la flauta, el clarinete, las arpas y la celesta. El resto de instrumentos que intervienen (cuerdas pp con sordina, trompas, tres flautas más y timbales), trazan un ténue tremolo. Bartók añade también, en una silenciosa dinámica ppp, un instrumento tradicionalmente usado como símbolo fúnebre y macabro: el tam-tam.
Escuchémoslo, pues, con atención:
La música que acompaña este momento es, también, escalofriante. Bartók hace llorar a la orquesta. Dibuja una especie de "gemidos orquestales" con una sutil y curiosa combinación tímbrica. Escuchamos unos escalofriantes glissandi en la flauta, el clarinete, las arpas y la celesta. El resto de instrumentos que intervienen (cuerdas pp con sordina, trompas, tres flautas más y timbales), trazan un ténue tremolo. Bartók añade también, en una silenciosa dinámica ppp, un instrumento tradicionalmente usado como símbolo fúnebre y macabro: el tam-tam.
El fragmento es de una gélida belleza. El colorido orquestal que se consigue es magistral. Los lamentos orquestales se alternan con las intervenciones, sempre pianissimo, de Judith que —nuevamente en palabras de Rattle— «canta como si quisiese sacar a la luz una melodía muy, muy antigua». En la voz de Judith parecen resonar aquí los cantos magiares que el mismo Bartók recogió por las remotas zonas rurales de la Europa del Este.
Barbazul contesta, imperturbable, con unos diseños repetitivos, entrecortados, una y otra vez, aquello de «Lágrimas, Judith, lágrimas, lágrimas».
Escuchémoslo, pues, con atención:
El castillo de Barbazul es una fascinante reflexión sobre la soledad y sobre el tormento íntimo. Bartók lleva a escena las contradicciones internas que todo el mundo sufrimos (eso sí, desde un punto de vista eminentemente masculino). Por un lado, un hombre que desea ser amado pero que se niega a desvelar los enigmas que lleva en su seno. Por otro lado, Judith, curiosa e insistente que consigue acceder a los rincones más tenebrosos de Barbazul pero, ¿a qué precio?
Tras abrir la sexta puerta, Barbazul se muestra rotundo: «La última puerta debe permanecer cerrada para siempre». Judith, como siempre, insiste. Saber que hay detrás lo dejamos a la curiosidad del lector.
Tras abrir la sexta puerta, Barbazul se muestra rotundo: «La última puerta debe permanecer cerrada para siempre». Judith, como siempre, insiste. Saber que hay detrás lo dejamos a la curiosidad del lector.
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