Jean Denacausse llegó a Barcelona desde el pueblo de Tarbes, en el sur de Francia, a mediados del siglo XIX. Junto a su hermano mayor Pierre, pretendían abrir a los pies de la montaña de Montjuïc una fundición de campanas. La familia Denacausse tenía una larga reputación como constructores de campanas que se habían labrado, generación tras generación, desde el siglo XV. Jean fue el encargado de expandir con éxito el negocio familiar más allá de los Pirineos. Años después, el 16 de abril de 1893, su hija Josefina Denacausse, daba a luz a un músico fascinante: Frederic Mompou.
Frederic Mompou |
Desde pequeño, Frederic —siempre silencioso— pasaba muchos ratos al lado de su abuelo, viendo como trabajaba en aquel espacio sombrío. El campanero Denacausse hacía un trabajo exquisito, buscando la afinación precisa de cada una de sus campanas y trabajándolas amorosamente. Con él, Frederic aprendió a escucharlas y a diferenciarlas. Se cuenta que, tanto su abuelo como él, las conocían con nombres propios, casi siempre femeninos: Isabel, Úrsula... Poco a poco, Frederic aprendió a apreciar las sutilezas que aquellas cúpulas metálicas escondían.
Para Frederic, siempre enfermizo y con una timidez casi patológica, el hecho de tener que asistir a clase era una verdadera pesadilla. Su estancia en la escuela de los Hermanos de la Doctrina Cristiana fue bastante corta. A los 15 años, pidió a sus padres dejar los estudios. A cambio, dedicaría plenamente su tiempo y sus energías al que había sido su mejor refugio: el piano.
Desde el piano, Mompou supo engendrar uno de los lenguajes musicales más personales e íntimos. Su música, siempre tan sutil y silenciosa como él, iba tomando forma desde las teclas. En cada pieza que escribía trataba de ser esencial, concreto. Con un trabajo minucioso, propio de un orfebre, trataba de concentrar y definir la expresión musical exacta. Él mismo se consideraba un «hombre de pocas palabras y un músico de pocas notas». Los títulos de sus obras (Impresiones íntimas, Música callada...) son toda una declaración de principios. Mompou es capaz de explorar las más remotas profundidades de la sensibilidad humana, pero no a través de largas digresiones musicales, ni a través de discursos densos y complejos. Mompou es un miniaturista magistral. Es capaz de evocarlo todo con ideas mínimas, puros "aforismos" musicales.
El mundo musical de Mompou se puede sintetizar en una entidad armónica que él mismo bautizó como acorde metálico. Tal como explicaba
Este simbólico acorde, del cual el mismo Mompou llegó a escribir que «es toda mi música»m representa, desde un punto de vista musical, una síntesis de los opuestos. Consonancia y disonancia, simetría y asimetría conviven, aquí, de forma integrada, unitaria. Por toda su obra se despliegan los perfumes y las resonancias que este acorde evoca.
La música de Mompou es una continua reflexión sobre aquella atmósfera silenciosa de la fundición de campanas, una evocación de aquellas resonancias que, junto a su abuelo, había ido descubriendo. La música de Mompou es un espacio silencioso e íntimo donde, si se presta atención, todavía se escucha como resuenan las campanas.
PLa fundición de campanas Denacausse, en 1918 |
Para Frederic, siempre enfermizo y con una timidez casi patológica, el hecho de tener que asistir a clase era una verdadera pesadilla. Su estancia en la escuela de los Hermanos de la Doctrina Cristiana fue bastante corta. A los 15 años, pidió a sus padres dejar los estudios. A cambio, dedicaría plenamente su tiempo y sus energías al que había sido su mejor refugio: el piano.
Desde el piano, Mompou supo engendrar uno de los lenguajes musicales más personales e íntimos. Su música, siempre tan sutil y silenciosa como él, iba tomando forma desde las teclas. En cada pieza que escribía trataba de ser esencial, concreto. Con un trabajo minucioso, propio de un orfebre, trataba de concentrar y definir la expresión musical exacta. Él mismo se consideraba un «hombre de pocas palabras y un músico de pocas notas». Los títulos de sus obras (Impresiones íntimas, Música callada...) son toda una declaración de principios. Mompou es capaz de explorar las más remotas profundidades de la sensibilidad humana, pero no a través de largas digresiones musicales, ni a través de discursos densos y complejos. Mompou es un miniaturista magistral. Es capaz de evocarlo todo con ideas mínimas, puros "aforismos" musicales.
Dedicatoria a su querida Carme Bravo. Leemos (en catalán): A Carme Bravo que tiene miel en el corazón y flores en el alma Mayo 1942 F. Mompou |
El mundo musical de Mompou se puede sintetizar en una entidad armónica que él mismo bautizó como acorde metálico. Tal como explicaba
Llega el día en que descubro bajo mis dedos el siguiente acorde... el cual insistiendo en su repetición y resonancia, me abre nuevos horizontes sonoros que llenan mi espíritu de ambientes metálicos y evocan cercanías de fábricas y fundiciones. Coinciden posiblemente con el ambiente que desde mi infancia estuve envuelto. La fundición de campanas y metales que poseía mi familia, de niño, el lugar preferido de mis juegos.
El acorde metálico, escrito por el propio Mompou |
Este simbólico acorde, del cual el mismo Mompou llegó a escribir que «es toda mi música»m representa, desde un punto de vista musical, una síntesis de los opuestos. Consonancia y disonancia, simetría y asimetría conviven, aquí, de forma integrada, unitaria. Por toda su obra se despliegan los perfumes y las resonancias que este acorde evoca.
Frederic Mompou con una campana Denacausse |
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