Gilles Binchois fue un compositor nacido alrededor del año 1400 en la ciudad belga de Mons. Fue un músico extraordinario, inmensamente prolífico y muy apreciado e imitado en su tiempo. Tras una vida dedicada a la música al servicio de la corte de Borgoña, Gilles se retiró a la ciudad de Soignies donde moriría en septiembre de 1460. Esta muerte inicia una curiosa y sentida serie de homenajes entre algunas de las personalidades musicales más importantes de los siglos XV y XVI.
Gilles Binchois en una miniatura de la época |
Otra personalidad fundamental para entender la música de aquel tiempo es la de Johannes Ockeghem. Nacido alrededor de 1415, fue un ferviente admirador de la obra de Binchois. Por lo que parece, sintió especialmente la pérdida de su colega y decidió honrar su memoria con una déploration, un emocionante monumento musical en homenaje a Gilles Binchois.
Podemos entender una déploration como una composición lírica o musical (o, como en este caso, las dos cosas) que llora y lamenta la pérdida de alguna persona querida. Para escribir esta música, Ockeghem recurre a una curiosa mezcla de textos y, siguiendo una práctica habitual en la época, de idiomas. Por un lado encontramos un texto en latín, la lengua con la que se rezaba a Dios, derivado de las misas de Requiem. Un texto que dice
Miserere pie Jhesu Domine, dona ei requiem.
Quem in cruce redimisti precioso sanguine,
pie Jhesu Dominem dona ei requiem.
Por otro lado, un texto en francés donde se lamenta la muerte de Binchois y donde se exaltan con vehemencia sus virtudes como patron de bonté. Las tres voces inferiores de la déploration entonan el Miserere en latín. La voz superior, en cambio, hace suyo el texto francés y lo expresa con una melodía lírica, cantabile.
Fragmento inicial de la déploration compuesta por Ockeghem |
Esta partitura es el primer eslabón de una cadena de homenajes que atraviesa el corazón del quattrocento uniendo algunas de las más altas personalidades artísticas de la época. Escuchemos, pues, la déploration que lamenta la muerte del maestro Binchois.
Ockeghem, al igual que le ocurrió a Binchois, llegó a tener un gran prestigio durante su vida. A pesar de que no conocemos demasiados detalles, sabemos que tenía una prodigiosa voz de bajo y que llegó a ocupar lugares de responsabilidad en la por entonces bastante joven catedral de Notre-Dame de París. Prueba del reconocimiento que tenía Ockeghem en el momento de su muerte es el hecho de que diferentes poetas escribieron sus propias déplorations lamentando la muerte del músico, poetas de la talla de Erasmo de Rotterdam quien incluso se preguntaba si, con la muerte de Ockeghem se había «extinguido la gloria de la música» y lo calificaba como «fénix sagrado». Ockeghem murió a las puertas del siglo XVI, en 1497.
Erasmo, en su lacrimógena oda fúnebre exageraba al insinuar que con la muerte de Ockeghem se terminaba una etapa dorada para la música ya que, por aquel entonces, se había erigido como dominador absoluto del mundo musical europeo un músico de un talento tan extraordinario que se ganó el título de "Príncipe de la música". Él era Josquin des Prés.
Fue Josquin quien, aprovechando la déploration que el poeta Jean Molinet había escrito en memoria de Ockeghem, esculpió su propio homenaje musical a cinco voces. El resultado fue una de las que, bajo mi punto de vista, es una de las obras más prodigiosas del Renacimiento. Josquin, al igual que Ockeghem, utiliza una mezcla de idiomas. Contrapone el texto en francés de Molinet con un cantus firmus basado en el Requiem æternam, que manipula sutilmente para reforzar todavía más la tristeza que de toda la construcción musical se desprende.
Erasmo, en su lacrimógena oda fúnebre exageraba al insinuar que con la muerte de Ockeghem se terminaba una etapa dorada para la música ya que, por aquel entonces, se había erigido como dominador absoluto del mundo musical europeo un músico de un talento tan extraordinario que se ganó el título de "Príncipe de la música". Él era Josquin des Prés.
Josquin, en una xilografía del s. XVII |
Fue Josquin quien, aprovechando la déploration que el poeta Jean Molinet había escrito en memoria de Ockeghem, esculpió su propio homenaje musical a cinco voces. El resultado fue una de las que, bajo mi punto de vista, es una de las obras más prodigiosas del Renacimiento. Josquin, al igual que Ockeghem, utiliza una mezcla de idiomas. Contrapone el texto en francés de Molinet con un cantus firmus basado en el Requiem æternam, que manipula sutilmente para reforzar todavía más la tristeza que de toda la construcción musical se desprende.
Josquin es un personaje envuelto en la leyenda. A pesar de que transitó por los centros musicales más importantes de su tiempo (la capilla pontificia, la corte de los duques de Ferrara, la de Luís XII...), son pocos los testimonios documentales que han llegado hasta nosotros y, muchos de ellos, no hacen más que contribuir a acrecentar esta leyenda. Como nota curiosa, nos queda un grafitti que parece que dejó en una de sus estadas en el coro de la Capilla Sixtina donde, por aquellos años, un tal Michelangelo Buonarroti trabajaba extasiado. Si alguien podía rallar aquellos sacrosantos muros era, sin duda, Josquin des Prés.
Grafitti atribuído a Josquin en la Capilla Sixtina |
Al Príncipe de la música lo sorprendió la muerte bien entrado ya el siglo XVI, en 1521. La desaparición del miembro tal vez más respetado por el gremio musical de aquellos tiempos no podía quedar sin su homenaje musical. El encargado de llevarlo a cabo fue Jean Richafort, de quien se piensa que fue discípulo del propio Josquin. Parece que consideró que la muerte de un miembro de la "nobleza musical" como Josquin merecía alguna cosa más que una simple déploration. Richafort escribió su conmovedor, extenso y majestuoso Requiem in Memoriam Josquin Desprez, a seis voces.
El Requiem de Richafort es tan solo una más de las piezas de esta cadena invisible. Escuchando estas músicas tenemos la sensación de entender aquella expresión de Isaac Newton de estar standing on the shoulders of giants. La sentida veneración que se destila del acto de escribir una déploration nos puede ayudar a entender como los grandes artistas se han considerado siempre deudores de una herencia, de la que se han sentido responsables. Y es que, la historia de la música no es más que un incesante diálogo.
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