martes, 28 de enero de 2020

Bill Evans Trio. El arte del diálogo


Me gusta preguntar a los alumnos: ¿cuál pensáis que es el órgano más importante para un músico?. El pianista siempre responde que son «las manos». El clarinetista, siempre habla de «la embocadura» o de «los pulmones». Otro, oboísta o trompista, apunta al famoso «diafragma». Seguramente, cada uno de ellos responde lo que, movido por innumerables horas de estudio, considera que es “mecánicamente esencial” para tocar su instrumento. En parte, tienen razón. A pesar de ello, intento que miren un poco más allá y que se den cuenta de que hay un órgano mucho más importante que todos estos: el oído.

Los más grandes músicos son aquellos que, más allá del dominio técnico, son capaces de asumir el rol preciso en el momento preciso. Son lo que entienden la interpretación musical como un proceso comunicativo no solamente con el público sino, principalmente, entre los propios intérpretes. Los que saben mantenerse en un discreto pero esencial segundo plano, haciendo notar su presencia sin imponerla. Los que dejan de lado el ego en beneficio del hecho musical.

Carlos Kleiber, uno de los más grandes directores de la historia, insistía constantemente en el proceso de escucha atenta. «Dejen entrar primero al de al lado», exigía a los instrumentistas de cuerda en el inicio de la obertura del Freischütz de Weber, consiguiendo un pianissimo mágico. Goethe nos dejó aquella famosa frase en la que decía que un buen cuarteto de cuerda era «una conversación entre cuatro personas inteligentes». Y está claro: para conversar se ha de saber escuchar.

Si hay algún tipo de música en la que este proceso comunicativo entre los intérpretes esté a flor de piel es, sin duda, el jazz. Como decía Bill Evans

El jazz no es un estilo sino, más bien, un proceso de hacer música. Es el proceso de hacer un minuto de música en un minuto de tiempo. Mientras que cuando se compone, un solo minuto de música puede tomar tres meses. Esta es la diferencia fundamental.

Uno de los mejores ejemplo de conversación musical, de escucha atenta, de sinergia absoluta sobre el escenario, lo encontramos en el disco Sunday at the Village Vanguard, un disco que recoge la actuación en directo que el trío formado por el propio Bill Evans (al piano), Scott LaFaro (al contrabajo) y Paul Motian (a la batería) ofrecieron el 25 de junio de 1961 en el mítico club, el Village Vanguard, de Nueva York.

El Village Vanguard

El trío reescribió los papeles clásicos del trío de jazz: el piano ejerciendo el liderazgo absoluto mientras que bajo y batería se limitaban a ser un soporte rítmico-armónico. En el trío de Evans, los tres instrumentos forman parte de una jerarquía entre iguales donde cada uno interviene haciendo las justas aportaciones. Se establece, de este modo, un rico y constante intercambio de ideas.


Scott LaFaro, Bill Evans y Paul Motian, durante un descanso en el Vanguard

El tema que abre el disco, Gloria’s step, es un buen ejemplo para fijarse.



Se trata de un tema escrito por el bajista, Scott LaFaro. El diálogo Evans-LaFaro es excepcional. El bajo no es un simple metrónomo sobre el que el piano despliega sus fuegos de artificio, como se había hecho hasta el momento, sino que se erige como una voz propia, lírica, expresiva. La técnica de LaFaro, absolutamente deslumbrante, se sitúa siempre al servicio de la música: inventa, propone, dialoga. Motian, desde la batería, subraya sutilmente las ideas que plantean sus compañeros y elabora bonitas frases rítmicas. Nadie se interrumpe. Podemos escuchar como se escuchan.

El tema que cierra el disco, Jade Visions, también escrito por LaFaro, es una especie de miniatura impresionista. Escuchamos una armonía rica, enigmática. No escuchamos melodía alguna, solamente una figura repetitiva de dos notas que evoluciona lentamente, como dos piezas de precioso jade que resplandecen bajo la luz.



Tan solo diez días después de este concierto, el 6 de julio, LaFaro –que por aquellos días tenía a penas 25 años– moría en un accidente de tráfico. Bill, que se sentía especialmente unido a su compañero, cayó en una profunda depresión que lo mantuvo apartado de los escenarios prácticamente un año. LaFaro nos deja, a parte de su savoir faire, una poderosa lección: escucha!

Scott LaFaro

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