Me gusta
preguntar a los alumnos: ¿cuál pensáis que es el órgano más importante para un
músico?. El pianista siempre responde que son «las manos». El clarinetista,
siempre habla de «la embocadura» o de «los pulmones». Otro, oboísta o
trompista, apunta al famoso «diafragma». Seguramente, cada uno de ellos
responde lo que, movido por innumerables horas de estudio, considera que es
“mecánicamente esencial” para tocar su instrumento. En parte, tienen razón. A
pesar de ello, intento que miren un poco más allá y que se den cuenta de que
hay un órgano mucho más importante que todos estos: el oído.
Los más grandes
músicos son aquellos que, más allá del dominio técnico, son capaces de asumir
el rol preciso en el momento preciso. Son lo que entienden la interpretación
musical como un proceso comunicativo no solamente con el público sino,
principalmente, entre los propios intérpretes. Los que saben mantenerse en un
discreto pero esencial segundo plano, haciendo notar su presencia sin
imponerla. Los que dejan de lado el ego en beneficio del hecho musical.
Carlos Kleiber,
uno de los más grandes directores de la historia, insistía constantemente en el
proceso de escucha atenta. «Dejen entrar primero al de al lado», exigía a los
instrumentistas de cuerda en el inicio de la obertura del Freischütz de Weber, consiguiendo un pianissimo mágico. Goethe nos dejó aquella famosa frase en la que
decía que un buen cuarteto de cuerda era «una conversación entre cuatro
personas inteligentes». Y está claro: para conversar se ha de saber escuchar.
Si hay algún
tipo de música en la que este proceso comunicativo entre los intérpretes esté a
flor de piel es, sin duda, el jazz. Como decía Bill Evans
El jazz no es un estilo sino, más bien, un proceso de hacer música. Es el proceso de hacer un minuto de música en un minuto de tiempo. Mientras que cuando se compone, un solo minuto de música puede tomar tres meses. Esta es la diferencia fundamental.
Uno de los
mejores ejemplo de conversación musical, de escucha atenta, de sinergia
absoluta sobre el escenario, lo encontramos en el disco Sunday at the Village Vanguard, un disco que recoge la actuación en
directo que el trío formado por el propio Bill Evans (al piano), Scott LaFaro
(al contrabajo) y Paul Motian (a la batería) ofrecieron el 25 de junio de 1961
en el mítico club, el Village Vanguard, de Nueva York.
El Village Vanguard |
El trío reescribió los papeles clásicos del trío de jazz: el piano ejerciendo el liderazgo absoluto mientras que bajo y batería se limitaban a ser un soporte rítmico-armónico. En el trío de Evans, los tres instrumentos forman parte de una jerarquía entre iguales donde cada uno interviene haciendo las justas aportaciones. Se establece, de este modo, un rico y constante intercambio de ideas.
Scott LaFaro, Bill Evans y Paul Motian, durante un descanso en el Vanguard
|
El tema que abre
el disco, Gloria’s step, es un buen
ejemplo para fijarse.
Se trata de un
tema escrito por el bajista, Scott LaFaro. El diálogo Evans-LaFaro es
excepcional. El bajo no es un simple metrónomo sobre el que el piano despliega
sus fuegos de artificio, como se había hecho hasta el momento, sino que se
erige como una voz propia, lírica, expresiva. La técnica de LaFaro,
absolutamente deslumbrante, se sitúa siempre al servicio de la música: inventa,
propone, dialoga. Motian, desde la batería, subraya sutilmente las ideas que
plantean sus compañeros y elabora bonitas frases rítmicas. Nadie se interrumpe.
Podemos escuchar como se escuchan.
El tema que
cierra el disco, Jade Visions,
también escrito por LaFaro, es una especie de miniatura impresionista.
Escuchamos una armonía rica, enigmática. No escuchamos melodía alguna,
solamente una figura repetitiva de dos notas que evoluciona lentamente, como
dos piezas de precioso jade que resplandecen bajo la luz.
Tan solo diez
días después de este concierto, el 6 de julio, LaFaro –que por aquellos días
tenía a penas 25 años– moría en un accidente de tráfico. Bill, que se sentía
especialmente unido a su compañero, cayó en una profunda depresión que lo
mantuvo apartado de los escenarios prácticamente un año. LaFaro nos deja, a
parte de su savoir faire, una
poderosa lección: escucha!
Scott LaFaro |
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