sábado, 4 de enero de 2020

El hábito de la perfección. Johann Sebastian Bach

Durante el verano de 1750, Johann Sebastian Bach era un hombre ciego de 65 años que esperaba la muerte en Leipzig. Durante la primavera de aquel mismo año se había sometido a una operación de vista llevada a cabo por un tal John Taylor, un cirujano inglés que ha pasado a la posteridad con la macabra reputación de haber dejado ciegos a dos de los más grandes músicos de todos los tiempos: Bach y Haendel.

Durante los últimos 25 años, Bach había mantenido un ritmo trepidante de creación a consecuencia de sus obligaciones como Thomaskantor. Producía de una manera incesante, torrencial. Además, debía ensayar y preparar para los oficios aquellas dificultosas cantatas y pasiones con unos recursos más que limitados. A pesar de esto, la obra de Bach siempre se mantiene en las más altas cotas de excelencia. Aunque suene un poco sacrílego, prácticamente en la obra de todos los compositores (y aquí incluyo pesos pesados como Mozart, Vivaldi, Beethoven...) podemos encontrar alguna pieza que se encuentra, ligeramente, por debajo de la media, ya sea por razones de juventud, de falta de tiempo en el proceso de creación, etc. En cambio, no conozco ninguna obra de Bach con un nivel bajo de magnificencia, a pesar de la extensa producción.

Hemos de pensar que, en pleno siglo XVIII, la concepción de la figura del compositor era la de un mero productor de música para el consumo. Toda la música que se componía estaba al servicio de una utilidad: ya fuera en la iglesia, en la corte, en el teatro... la música se escribía para algún momento concreto. Había un espacio muy limitado para la creación per se, desvinculada de una finalidad. No será hasta finales del siglo XVIII y, sobretodo a lo largo del XIX cuando la idea romántica del genio-creador eclipse la del compositor-empleado.

Las últimas creaciones musicales de Bach se habían tornado mucho más especulativas, abstractas. Parece que Bach reflexionaba sobre la propia materia musical, sobre el mismo hecho de la composición. No debemos olvidar que es durante estos últimos años cuando trabajaba en la creación del colosal Arte de la fuga, una obra enigmática por su indefinición instrumental, un edificio musical soberbio, esotérico incluso...

Lejos de lo que cabría esperar de un hombre que se encontraba enfermo en su lecho de muerte, la inmensa pulsión creativa que Bach tenia dentro de sí lo empujaba a continuar imaginando, a poner sobre el papel toda aquella música que, como un torrente desbocado, fluía de su interior. Aunque fuese a ciegas, aunque fuese en condiciones de salud deplorables... En un ejemplo de extraordinaria lucidez, Bach nos dejó la que es su última obra completada: el preludio coral Von deinen Tron tret' ich. Ciego como estaba, tuvo que dictar la que sería su última confesión musical.

Lo más extraordinario de esta historia es, como no, la música. Von deinen Thron tret' ich representa al Bach más sabio, más maduro. A ciegas, fue capaz de imaginar y dictar un entramado contrapuntístico denso y bien trabado que, a pesar de su enorme complejidad, desprende beatitud, firmeza, silencio... Su forma de encarar la muerte no es grandilocuente, ni apasionada, tampoco lacrimógena ni resignada ni desolada. Bach afronta su última obra con la integridad y la convicción de un creador en la plenitud de sus facultades.

El preludio se basa en una melodía coral muy sencilla. Bach separa cada uno de los cuatro versos que la componen y utiliza estos fragmentos de melodía como materia prima del entramado contrapuntístico.




Cada uno de estos cuatro fragmentos es transformado, ya sea en forma de pequeños tramos melódicos o en forma de largas frases líricas. Por ejemplo, el primer fragmento (señalado en la imagen anterior en rojo) se presenta con estas dos naturalezas.



También forman parte de esta sublime construcción musical numerosas apariciones de ideas melódicas presentadas por movimiento contrario o inverso. Esta expresión la usamos los músicos para referirnos a la presentación de ideas musicales que se exponen como si estuvieran vistas a través de un espejo. De esta forma, los intervalos ascendentes son presentados como descendentes y viceversa.


Bach utiliza todos estos procedimientos para elaborar una gran cantidad de material musical que entreteje con gran habilidad, demostrando un dominio técnico absoluto. Sobre un rico entramado contrapuntístico formado a través de la constante imitación entre tres voces que exponen contínuamente retales melódicos temáticos, escuchamos con valores largos y majestuosos la melodía coral Von deinen Thron. Bach dibuja una especie de trono ornamentado sobre el cual se sienta la melodía coral. No es casualidad que Von deinen Thron tret' ich signifique "frente a Tu trono me presento".

Como vemos, no hay prácticamente ningún momento del preludio en que no esté sonando, de una forma o de otra, el tema principal.


Más allá de consideraciones y disecciones analíticas, en este preludio encontramos alguna cosa más, alguna cosa que no podemos analizar racionalmente, que se nos escapa. Tras estas notas no hay tan solo representada una voluntad de hierro y una tenacidad sin igual para elaborar un arte digno, hay una lección de perfección, de excelencia. En definitiva, un triunfo de la humanidad y la grandeza del poder de la imaginación y de la creación frente al ruido y la destrucción.

La paradoja es total: un ciego nos hace ver a Dios a través de las orejas!



No hay comentarios:

Publicar un comentario