viernes, 31 de enero de 2020

Thomas Adès. Un peligroso y atrayente éxtasis

Asyla es, posiblemente, una de las últimas grandes sinfonías que se escribieron en el siglo XX. Estrenada en 1997, es una impresionante obra orquestal escrita por el magnífico compositor inglés Thomas Adès (*1971).

Thomas Adès

El título es el plural de la palabra latina "asylum" que, aquí, puede ser interpretada tanto como "refugio"  como "manicomio". La obra, en cuatro movimientos, requiere un dispositivo orquestal gigantesco que incluye, a parte de seis percusionistas y dos pianistas, una gran orquesta sinfónica. El gran director Simon Rattle es uno de los que más ha programado la obra alrededor del mundo.

El tercer movimiento, que se titula Ecstasio, es uno de los fragmentos musicales más ensordecedores y –valga la redundancia– extasiantes que una orquesta puede interpretar. Adès describe musicalmente en este desenfrenado movimiento un oscuro nightclub, donde se escucha una estrepitosa y repetitiva música techno. La presencia de las drogas de diseño, omnipresentes en un ambiente opresivo y nocturno como este, se deja sentir también en la partitura (nótese la referencia del título, Ecstasio, al éxtasis).

Los ritmos de danza siempre han formado parte, de uno u otro modo, de la música sinfónica. En las sinfonías de Haydn, de Mozart, de Beethoven... se recurre constantemente a los ritmos de danza. Así lo atestiguan la innumerable cantidad de, por ejemplo, minuettos que encontramos en el repertorio. A la manera de una sinfonía del XVIII, Adès  recurre a la música de baile contemporánea para proporcionarse una materia prima de gestos y tópicos musicales. La principal diferencia es que, Adès, no recurre a amables danzas cortesanas, sino al estruendoso EDM (siglas inglesas para Electronic Dance Music), una música primitiva, agresiva, brutal, vertiginosa, deshumanizadora. El compositor contaba a The Independent el proceso de creación:
«compré algunos temas de música techno y la escuché, silenciosamente, tratando de entender la estructura en lugar de reventarme el celebro. Me di cuenta que en el techno se han de repetir las cosas unas 32 o 64 veces. Así que una noche la intenté orquestar, en mi habitación, repitiendo las mismas figuras una vez y otra, en una partitura inmensa que tenía 30 pentagramas por página. A las tres de la madrugada me fui a la cama y, allí sentado, me di cuenta que mi corazón se había parado. Pensé "Señor, me está dando un ataque al corazón". Llamé al hospital y me enviaron una ambulancia. El corazón se puso otra vez en marcha, gradualmente. La ambulancia me llevó al Royal Free, donde tuve que esperar unas dos horas entre emergencias típicas del sábado noche. Al final me atendió un médico que me dice: "Has hiperventilado". Pensé: "gracias a Dios. No es nada del corazón, es sólo mi cabeza..."»
Imaginemos un ambiente oscuro, lleno de luces de láser, de flashes, de un espeso humo, de cuerpos sin rostro que se mueven como una masa al ritmo de una música repetitiva que se escucha a tal volumen que anula cualquier capacidad de comunicación hablada; pasémoslo a través del filtro de las anfetaminas y tenemos Ecstasio.


Adès dice que el EDM «tiene un efecto sobre grandes multitudes de personas, crea una convulsión en la multitud. Es un éxtasis pero también es amenazador y vertiginoso».

Alex Ross describe Asyla de la siguiente manera:
«El compositor dramatiza su propia lucha para definirse dentro y en contra de la modernidad, buscando “asilos” de uno u otro tipo. Ritmos escindidos y afinaciones microtonales crean al comienzo desorden, pero asoma un tema trasnochado, noblemente expresivo, que suena como el tema de la Passacaglia y fuga en Do menor de Bach. El deliberado carácter “clásico” del primer movimiento da paso a una espaciosa melancolía en el segundo: por la orquestación se deslizan sombras de Wagner y Mahler. En el tercer movimiento, Ecstasio, el protagonista jura abandonar la soledad y se dispone a salir a la ciudad. El título procede de una droga recreativa muy popular en los años noventa y la orquestación reproduce el ruido y el ambiente de un club londinense: grandes pulsos, coros cantando, gritos, silbidos, el zumbido de la multitud, el estremecimiento y el peligro del contacto corporal.
Tras este temible hedonismo llega un finale atenuado, críptico, en el que una secuencia de serpenteantes corales da paso a un sombrío e imperioso acorde de Mi bemol menor. Es como el grito de un borracho en una calle vacía […] con su mente dándole vueltas a epifanías que habrá olvidado por la mañana».

Ecstasio transita por un espacio sórdido. Nos confronta a la deshumanización a la que, muchas veces, nos empuja la colectividad y la modernidad. Sin más dilaciones, Ecstasio:

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